Ese amor ha hecho que mi vida laboral se desvíe hacia la literatura infantil juvenil, hacia los libros ilustrados, repletos de bellas palabras e ilustraciones que hacen que aun hoy, a mis 41 años, sienta una emoción especial cada vez que abro uno de ellos.
Debió ser por el año 2002 más o menos cuando trabajé por primera vez en una librería infantil, Biblioketa. Ahora estamos en el año 2016, casi 2017, han pasado 14 años y sigo sintiendo cosquillas, como os decía, cada vez que me asomo a este mundo. Se podría decir que los libros infantiles han ocupado gran parte de mi vida laboral y familiar. Ser madre me ha permitido ahondar de otra manera en la literatura y me ha ayudado a crecer y a buscar nuevos modos de disfrutar con los libros como, por ejemplo, haciendo talleres para los más pequeños de la casa, de 1 a 3 años.
Estoy muy agradecida de haber descubierto esta maravilla y seguir ahí, al pie del cañón. Les aseguro que no es tarea fácil pero cuando uno cree en algo tan ardientemente, se resiste a tirar la toalla.
No sé en otros países pero aquí, en España, los libros no se valoran como debieran. Influyen muchos factores y no soy experta en analizar la realidad, sin embargo, como ciudadana y parte integrante de la sociedad del siglo XXI, creo que nos estamos perdiendo cosas muy hermosas y sencillas que llenan sobremanera al individuo y a la sociedad que no valoramos, quizás por las prisas, el consumismo, la falta de medios, de cultura..., ya les digo que no soy quién para analizarlo.
Sin embargo, espero que no les importe que lo ponga por escrito, a modo de desahogo, a modo de...miren, esto es lo que hay. A modo de...aquí estoy, para ayudarles, para decirles que no tiro la toalla...que seguiré transmitiendo el amor por los libros pero que, a veces, uno necesita desahogarse y contar al mundo, a veces.